Los prejuicios de género en la industria farmacéutica introducen sesgos que tienen efectos en el proceso de investigación y desarrollo de medicamentos. El impacto de estos sesgos puede determinar si y cómo se identifican e interpretan las reacciones adversas generadas por nuevos tratamientos, el diseño de ensayos clínicos y las decisiones finales relacionadas con la comercialización de medicamentos. La forma en que este sesgo se ha mantenido normalizado por mucho tiempo, dentro del ámbito farmacéutico, ha provocado consecuencias negativas para las mujeres, y ha limitado en ciertos aspectos, el acceso a tratamientos más seguros y eficaces (Ruiz-Cantero et. al, 2020).

Veamos el caso de los anticonceptivos, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, existen alrededor de veinte métodos anticonceptivos, de los cuales únicamente dos son de uso específico en población masculina (Aragón et al., 2017). A su vez, el sesgo de género también ha influenciado la utilización de modelos animales empleados en la investigación clínica. En ese ámbito predomina el uso de modelos macho, lo cual ha llevado a la realización de estudios que no contemplan las interacciones hormonales femeninas con el metabolismo y la acción terapéutica de los medicamentos.

Sin embargo, los modelos hembra predominan en el sector de la investigación relacionado con la biología reproductiva, como es el caso de los estudios clínicos dirigidos a la producción de anticonceptivos. El hecho es que, históricamente, el énfasis que la industria farmacéutica ha puesto en las mujeres, a la hora de desarrollar proyectos de investigación y desarrollo, se ha circunscrito a la capacidad reproductiva, mientras que en muchas otras importantes áreas clínicas las mujeres siguen estando invisibilizadas.

Este paradigma que ha hecho de la “planificación familiar” un asunto casi exclusivo de las mujeres, parte de un modelo sexista de entender el rol de las mujeres en la sociedad. En consecuencia, la industria farmacéutica ha contribuido a normalizar las asimetrías de género que hacen que la responsabilidad de la anticoncepción se interprete socialmente como “cosa de mujeres” (Alpe, 2019).

Muchos hombres confían en los métodos anticonceptivos que utilizan sus parejas. Por ejemplo, según la Segunda Encuesta de Salud Sexual y Reproductiva en Costa Rica (INEC, 2015), solo el 10.1% de los hombres casados o en unión libre usa condones, argumentando que son sus parejas quienes usan los métodos anticonceptivos. En contraste, el 78% de las mujeres en unión utiliza algún método anticonceptivo como: esterilización femenina, anticonceptivos orales o inyectables.

Lo anterior refleja un desinterés de una mayoría de los hombres en asumir su cuota responsabilidad reproductiva, lo que a su vez se traduce en un nicho de mercado que, desde el interés comercial de la industria farmacéutica, no vale la pena ser explorado. Puesto que el sesgo presente tanto en la ciencia como en la cultura de distintas sociedades dicta las demandas del mercado que orienta a la industria farmacéuticas. El resultado final es la obstaculización del progreso en el ámbito de salud reproductiva.

Este sesgo tiene distintas consecuencias en el ámbito farmacéutico, dentro de las cuales se destaca una evidente disparidad en cuanto a la importancia que se otorga a los efectos adversos experimentados por hombres y mujeres en relación con el uso de distintos medicamentos, puesto a que no contemplar las fluctuaciones hormonales podría interferir en los resultados obtenidos en aquellos estudios que buscan garantizar la seguridad y eficacia de los medicamentos.

En el caso concreto de los anticonceptivos hormonales, se evidenció que los efectos adversos reportados en los estudios clínicos dirigidos a la producción de anticonceptivos hormonales masculinos son similares a los efectos secundarios que se han reportado por el uso de anticonceptivos hormonales femeninos que actualmente se encuentran en el mercado y son consumidos por alrededor de 70 millones de mujeres a nivel mundial (Carbajal et al., 2018). Por lo que sería razonable esperar que el producto masculino también sea considerado aceptable en términos de seguridad o por el contrario, que la amplia gama de efectos adversos reportados por las mujeres sean considerados para reevaluar la seguridad de estos fármacos. No obstante, la realidad dista de esta idea, lo cual evidencia la necesidad por establecer una equidad en el acceso a opciones anticonceptivas seguras y eficaces, sin distinción de género.

Este artículo es el resultado del trabajo final elaborado para el curso Ética profesional farmacéutica, impartido por la profesora Gabriela Arguedas en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Costa Rica.

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